5 meses recorriendo Latinoamérica, 9 países hasta ahora y muchas amistades, muchos compañeros ocasionales de viaje, alojamiento o rumbo, y muchas aventuras que contar.
Tras este tiempo, un dato resalta insistentemente sobre los demás; muy pocos españoles me he cruzado en el camino. El viaje de larga duración, itinerario incierto y pocas comodidades no parece ser de nuestro agrado. Un pequeño repaso a los mochileros que me encontré: Mayoritariamente ingleses, estadounidenses, franceses y canadienses. Mención aparte a los australianos, que viajan muy jóvenes y en pequeños grupos, casi como parte de su formación vital durante el periodo universitario, y a los israelíes, que viajan en ruidosas hordas tras cumplir con sus tres años de servicio militar obligatorio.
Menos numerosos, pero notables son los alemanes, irlandeses, holandeses, suizos… ¿En qué manera me he encontrado representación del sur de Europa? Ningún portugués, ningún griego, 4 italianos y 11 españoles. Es posible que existan patrones de conducta similares entre nosotros, los europeos del sol, el mar y la buena vida, pero no me atrevo a decir tanto.
De los 11 españoles, sólo con 7 tuve realmente un trato cercano y personal. Por cierto, menos dos, el resto estaban viajando mientras cobraban el paro en España (Habría que cribar un poco los datos de nuestra crisis). Descubrimos tener una cosa en común; todos son un poco bichos raros entre los suyos. Tuvieron que dar muchas explicaciones a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo, que no acababan de entender esa “locura” suya de viajar. A simple vista podría decirse que nuestro entorno, nuestras costumbres y nuestro engranaje social no animan precisamente a la aventura. Sigo mirando alrededor, a la gente que conozco, que he encontrado a lo largo de mi vida, y el esquema se dibuja por si solo: los españoles sí que viajan, y más en los últimos años de bonanza y bienestar, eso sí, con los planes bien atados. Casi siempre destinos exóticos, paquetes cerrados; Vuelo, hotel, excursiones y pensión completa. Entregados al relax, el placer y la diversión, pero otorgando un estrechísimo margen a la aventura…
Rebusco entre mis amigos de aquí y de allá, y cada pequeño detalle encaja en el mismo todo; Los españoles solemos cambiar poco de trabajo, de ciudad y de estilo de vida. Tener una vivienda en propiedad sigue siendo un de nuestras prioridades, y la seguridad parece ser la piedra angular de todas nuestras decisiones vitales.
Muchas veces ha sido este el tema principal de las conversaciones entre nosotros, los españoles mochileros. Todos, no importa nuestra edad o estrato social, hemos escuchado las mismas advertencias y las mismas alabanzas; En nuestro entorno más cercano algunos nos recordaron la magnitud de nuestra inconsciencia y otros nos reconocieron su admiración, por llevar a cabo hazañas para las que ellos no tuvieron el valor necesario. Curioso esto, no creo sentirme ni un valiente ni un temerario, simplemente traté de hacer lo que en lo más profundo de mi ser quería: Viajar, vivir, no comprometerme con nada que no fuera otra persona, y andar siempre ligero de equipaje, no fuera que algún día quisiera salir corriendo de algún sitio.
No quiero mirar más atrás que los años que yo he vivido, pero seguro que algún sitio de nuestro pasado están las claves de nuestro presente. “Nuestros abuelos y algunos de nuestros padres sufrieron guerra y hambre, por eso somos más conservadores”, oí decir varias veces. Suena lógico, cierto, pero: ¿Y los ingleses? ¿Y los alemanes? También ellos lo sufrieron... Debe ser algo más complicado, así que mejor vuelvo a los hechos, que son menos enrevesados que los por qués, y al menos yo los veo con más claridad.
No puedo quitarme de la cabeza a Niek, holandés de 19 años con quien compartimos varios días en Perú y en Bolivia. Este es su segundo viaje de larga duración, y las dos veces lo ha hecho solo. Comenzó una carrera, a los cuatro meses decidió que no le gustaba y que estudiaría otra. El periodo intermedio de espera lo está dedicando a mejorar su español (su cuarto idioma) y a conocer Sudamérica. Mi disco duro se pone a trabajar, pienso en mí y en los míos, todos tuvimos 19 años, pero ninguno nos parecíamos a Niek. Nuestras inquietudes a esa edad eran mucho más tangibles, más superficiales, más inmediatas; fiesta, ropa, chicas, una moto… A esa edad hice mi primer viaje, Interrail por Europa, fue increíble, mi mejor experiencia hasta entonces, pero jamás dejó de ser un mero viaje.
De acuerdo, el caso de Niek, aún universitario, pudiera ser poco ilustrativo. Así que me centro en mi generación, en torno a los 30. Las coyunturas que han posibilitado estos viajes son diversas, pero unas se repiten sin duda más que otras; Año sabático, periodo de transición entre cambios de trabajo, empleos superflexibles que permiten ausentarse durante un tiempo a cambio de mantener cierto contacto vía internet… Todos los casos suenan cabales y razonables, pero difícilmente podrían encajar en la rocosa e intolerante realidad laboral española. Me dijo un día alguien que sabía lo que decía: “Si en tu CV escribes que te pasaste un año viajando por el mundo, en el Reino Unido te contratan, en España te desestiman por vago y vividor”.
Yo mismo, mientras escribo, ya sé que mi viaje aparecerá con orgullo en mi CV. Sé que tendré que defenderlo con uñas y dientes, pero estoy seguro de mis argumentos; Un viaje largo te curte, te enseña. Aprendes a desenvolverte, a administrar tu dinero y tus energías, a tomar decisiones, a adaptarte y ser flexible. Te mezcla con personas parecidas, diferentes y opuestas a ti, aprendes a hacer equipo y a respetar. Sin duda refuerza tus valores y mejora tus debilidades, te enseña que lo más importante que posees no cabe en ninguna mochila, y te demuestra más allá de cualquier duda que los tuyos están siempre contigo, estés donde estés. Viajar es descubrir, descubrir es aprender y aprender es vivir. ¿Puede haber algo malo en esto?
No pretendo cambiar nada ni iluminar a nadie. Tan sólo le digo a aquellos que sientan la llamada del cambio, de lo incierto y lo desconocido, que existen mil maneras de salirte con la tuya, y que el único miedo cierto, la única condena que se acaba cumpliendo, es no ser fiel a uno mismo, a lo que quiere y a lo que necesita.
Perdonen que me entrometa, Ioné.