lunes, 19 de julio de 2010

Despedida de Nicaragua de campo y playa...



Saliendo de León nos juntamos un buen equipo y decidimos perdernos en la costa norte, cerca de la frontera con EL Salvador, en un pueblito que se llama Jiquilillo.
Allí encontramos a Tina y su "RANCHO TRANQUILO". Tina, viajera y aventurera, encontró este paraíso hace 5 años y aquí se quedó, abrió un hostalito junto a la playa con Dennis, su novio, antiguo rockero-motero, y ahora reciben a los viajeros y viajan a través de las historias que les cuentan.
Pasamos 4 días increíbles, sin luz ni lujos, tan sólo un generador para mantener las cervezas fresquitas, durmiendo en hamacas junto al mar y lejos de cualquier rastro de civilización.





Mami nos cuidaba y cocinaba todos los días, y por las noches, cervecitas, un poquito de hierbita y miles de historias... Cada noche Tina nos llenaba a todos de purpurina, dice que así se ve todo más alegre!





A primera hora de la mañana, paseos en barca, cruzando el estuario, en medio de un paisaje impresionante, nos íbamos a alta mar, a "intentar" surfear las olas más perfectas que yo he visto jamás, el nivel es muy fuerte, pero lo hice lo mejor que pude. Los locales dicen que no se atreven a surfear ahí, que hay muchos tiburones, pero claro, eso nos lo dijeron el último día, cuando ya nos habíamos gastado un buen dinerito en paseos en barca...







A la vuelta de Jiquilillo, el día negro del viaje en León, un hijolagranputa se hizo pasar por huésped en mi hostel y cuando se quedó sólo en la habitación nos reventó las taquillas y nos limpió a varios viajeros. A mí me quitó todo mi dinero y todas mis tarjetas, y con mi visa se dió un buen homenaje porque se gastó unos 500€ en media hora. Duele mucho y cabrea, pero son las cosas del viaje... Cogí aire, me lo tomé lo mejor que pude y seguí adelante pensando en que tengo suerte, que en casi 7 meses de viaje esto es lo único que me ha pasado y sigo de una pieza para contarlo.

Tras la escapada, aprovechando los útimos días en Nicaragua, me fui a Estelí, en la región cafetera, zona de montaña, granjas y trekkings. Allí me junté con Christine y Urs e hicimos un trekking en la "Granja Miraflor", cascadas escondidas, ríos rebosados y senderos llenos de pequeñas casitas. En una de ellas, Nelson nos sacó sillas para apreciar la vista, nos invitó a fruta y café y nos enseñó entusiasmado las fotos del 15 cumpleños de su hija, que aquí se celebra por todo lo alto, con traje de merenguito rosa y corna de flores incluídos.







En un momento de la subida hacia el mirador, me despisté mirando una mariposa del tamaño de un loro y me estampé contra una alambrada, el percance no fue a más, pero me llevo el recordatorio grabado en la frente...



A la vuelta, después de una buena sesión de 6 horas, un camión nos recogió haciendo dedo. A mitad de camino tuvimos que pagar peaje y ayudarles a descargar lo que parecía una tonelada de arena para una obra.





Ahora escribo en pleno aniversario de la revolución, hoy el país está parado, no trabaja nadie y no hay transportes públicos, sólo caravanas hacia Managua par alas celebracione, así que espero hasta mañana para seguir mi camino hacia Guatemala. Ha sido casi un mes, nunca pensé que fuera a pasar tanto tiempo en Nicaragua, pero este país me ha llegado muy adentro, y su gente aún más, hay mucha pobreza y cierta inseguridad, pero el dia a día te pone ante tanta gente maravillosa que nada importa tanto y lo malo no es tan malo...

jueves, 15 de julio de 2010

León, el corazón de la Revolución



De camino al norte llegué a León. La ciudad de la revolución, el alma cultural y política de Nicaragua, la ciudad del movimiento universitario. La ciudad está plagada de murales, estatuas y placas dedicadas a los héroes de la patria y de Latinoamérica, y aquí la gente parece más informada y preocupada por lo que pasa, lo que pasó y lo que tendrá que pasar.
Al comparar las ciudades, la realidad empieza a tomar forma, León no es tan limpia, tan bonita, ni está tan bien cuidada como Granada, su rival histórica, (ambas se disputaron la capital del país durante décadas, hasta que para evitar conflictos, se nombró a Managua) hay más miseria, más mendigos, más basura, más calles sin asfaltar y más edificios públicos cayéndose en pedazos. León es la cuna del Sandinismo, la lucha de clases y los movimientos sociales, y parece condenada a luchar para salir adelante, apenas hay turismo, y los visitantes que llegan están más interesados en hacer trekking y visitar volcanes que en pasear por las calles y plazas, así que no parece haber demasiada preocupación por mejorar la apariencia de la ciudad.





Caminé por todas las calles, muchos mendigos, algunos niños trabajando, aparcando coches y limpiando los cristales, todo aquí es tan duro como real. Es contradictorio, pero aquí la gente parece más culta, en los mercadillos de la calle hay más libros que ningún otro sitio, enciclopedias, monedas antiguas… Es difícil tener una impresión clara de todo lo que pasa, pero el ambiente en general es de resignado optimismo, sin duda se sienten muchas cosas en León. Como siempre, hice un alto en los mercados, un cicerone espontáneo nos contó la historia de la ciudad: “Primero se fundó al pie de un volcán, pero explotó y se tragó la ciudad, así que hubo que empezar de cero, por eso aquí siempre estamos luchando”.







Mi primer día vi en un parque a un grupo de niños, estaban allí, sentados, pasando las horas, no mendigaban ni trabajaban, pero tampoco estaban en el colegio, así que no pude descifrar que hacían. Había algo especial, pero no sabía qué. Le di muchas vueltas, y al día siguiente me decidí a descubrir la historia, compré un puñado de chupa-chups y me acerqué a ellos. (Curiosamente aquí los niños sonríen y bajan la guardia cuando un extraño les regala golosinas, que es seguro lo que más sospechas despertaría en Europa). Los cuatro son hermanos, la mayor, Ingrid, de 9 años, se encarga de cuidar a los demás, les da de comer, los limpia y les de mimos mientras sus padres trabajan, limpiando los limpiaparabrisas de los coches en la esquina de enfrente. Mientras hablaba con ellos, su madre no dejaba de mirarme, primero desconfiada, pero luego me sonreía. Cuando ella y su marido terminaron de trabajar, sucios y cansados, cruzaron la calle y se reunieron con sus hijos, un beso y una caricia a cada uno, y se sentaron juntos a merendar mientras Ingrid le cambiaba los pañales a la más enana de sus hermanos… Entre tanta miseria y tanta pobreza, el cariño que se daba esa familia helaba la sangre, no sé qué decir ni qué pensar, pero no he podido quitármelos de la cabeza desde entonces.









Durante mis días en León, La selección española tuvo la gentileza de proclamarse campeona del mundo y darnos a todos no sólo una gran alegría, sino una de las mejores fiestas de los últimos años. Aquí el partido se jugó a las 12 de la mañana, así que desayuné con cerveza y me junté con la marea roja. La ciudad volcada con España, pero apenas encontré 2 españoles por los bares. Que grande Iniesta!!! Qué grande la selección!





Después del partido, y con tremenda borrachera, cruzamos la ciudad en taxi para ir a ver una pelea de gallos en directo. Menudo espectáculo! Super-concentración de testosterona, alcohol y apuestas. El ambiente es de domingo de resaca, discusiones y gritos entre apostadores, dueños de gallos y organizadores... y empiezan las peleas! Dennis me explicó todos los secretos y apostó en mi nombre (y ganamos). Los gallos llevan una cuchilla atada a sus pata, y cuando saltan el uno sobre el otro se van haciendo pequeños cortes, en un momento empieza a haber sangre y gritos desesperados, pero si no se cumplen los tres asaltos se pierde la pelea… El espectáculo es duro, interesante pero no apto para miradas sensibles. Estoy tan contento de haber ido como seguro de que nunca volveré, pero Nicaragua hay que vivirla intensamente, como lo hacen ellos!







Después de León, a explorar la costa norte y sus playas y estuarios, las ciudades son pegajosas e intensas, necesito mar y silencio…

jueves, 8 de julio de 2010

La Isla de Ometepe



En el sur de del país se encuentra el Lago Nicaragua, con una extensión mayor que la del País Vasco, en torno al cual gira la mayor parte de la actividad económica y turística al sur de Managua. En pleno lago está la Isla de Ometepe, más pequeña que La Gomera, con forma de ocho, y coronada por dos hermosos volcanes.



Al llegar a la isla parece que uno viaja en el tiempo unos 30 años atrás, cortes constantes de electricidad, carreteras sin asfaltar, apenas un par de coches antiguos, buses escolares americanos reciclados y decenas de motos y bicicletas semidesguazadas . A pesar de la gran cantidad de visitantes de fuera, los más de 40.000 habitantes de la isla conservan intacto su estilo de vida, tranquilo y lento, muy lento. Recorrer 9 km de un pueblo a otro puede llevar hasta 45 minutos, en carreteras llenas de baches y piedras, vacas y cerdos obstruyendo el tráfico, y el chófer parando cada 3 minutos a hablar con algún conocido… Es otro mundo! Y yo diría que un mundo mejor, más humilde, más amable, más despreocupado. Me quedé en “Finca Magdalena”, una cooperativa de 24 familias locales al pie del volcán Maderas, inicialmente se dedicaban a cultivar café y arroz, con la llegada de visitantes, muchos escaladores paraban al regreso del volcán y las familias les daban comida a cambio de la voluntad. Hace unos 10 años una americana (bastante bienintencionada) les explicó las posibilidades del turismo ecológico y les hizo una donación económica para construir los primeros dormitorios. Con el tiempo, albergan a casi 100 personas, cultivan productos orgánicos y organizan expediciones por la isla. Las 24 familias se reparten el trabajo y los beneficios. Lo cual, como en casi toda Nicaragua, supone que ellas trabajan de sol a sol y ellos, aparte de 6 ó 7 que hacen de guías, se dedican a pasearse por la finca, a beber cerveza y a la contemplación del universo…





Uno de los principales atractivos de la isla es escalar sus volcanes, el mayor de ellos (Concepción, 1.600m) se encuentra activo, por lo que no es muy recomendable en estos momentos, así que tuve que conformarme con el menor (Maderas, 1.300m) que es más frondoso, con un espeso bosque tropical, y además tiene las mejores vistas del volcán Concepción, más bonito y espectacular. Subimos en un trekking de 7 horas, atravesando la selva entre barro, humedad y monos gritones. Nuestro guía, Fidel, abría el camino a golpe de machete, y en cada descanso todavía tenía fuerzas para fumarse un cigarrito. Las vistas de la isla son impresionantes, y al coronar la laguna del cráter, una espesa nube cubría el volcán como si se hubiera hecho de noche de pronto, el agua espesa, la niebla y los ruidos de los animales completaban el cuadro, sin duda valió la pena la subida!







Al día siguiente crucé la isla (2 horas entre moto, bus y caminata) para hacer una excursión en kayak, primero por el lago y luego río arriba en el interior de la isla. Alucinante remar por las orillas del río, llenas de caimanes, tortugas y cientos de aves. El calor era pegajoso, y a ratos un silencio aplastante te desconcertaba durante unos minutos, hasta que a algún pájaro le daba por cantar y los demás le respondían, mejor así, ese silencio de la jungla da miedo.





Después me regalé un día de descanso, paseando por el pueblo, comiendo en los comedores locales y bañándome en el lago, de vuelta a la civilización. Incluso me crucé con una fiesta de cumpleaños de un niño, con concurso de baile incluido!







Es una sensación extraña, uno sueña muchas veces con simplificar la vida al máximo y vivir sin lujos ni comodidades, pero al tenerlo tan cerca te sientes desamparado, inseguro, es difícil imaginarse tan lejos de nuestras comodidades diarias, encerrado en una isla perdida sin agua caliente, supermercados, internet… El ejercicio es estimulante, mucho tiempo, pocas distracciones, da para pensar y descubrir mucho sobre uno mismo. Regálense unos días en Ometepe cuando tengan la oportunidad!

martes, 6 de julio de 2010

El alma de Nicaragua



Después de mis casi dos semanas de turista en Costa Rica y surfeando en San Juan no me sentía del todo en paz conmigo mismo… Me sentía culpable por estar disfrutando en la playa, ajeno a la realidad del país, viviendo en una burbuja sin contacto con la vida, las alegrías ni las penas de la Nicaragua de verdad. A lo largo de un viaje tan largo pasas por distintas fases, y he ido aprendiendo poco a poco que hay que hacerle caso a ese instinto que te va pidiendo cada cosa en su momento.



Me fui con Christine a Granada, importante ciudad conocida como “La Gran Sultana”, por su apariencia morisca y andaluza. El centro me dejó más bien indiferente, colonial, bonito, muy cuidado, con mucho color, mansiones convertidas en hoteles de lujo y paseos en carruajes para los turistas. No es lo que buscaba y no le dediqué más de cinco minutos, buscamos la zona del mercado, nos dejamos llevar por la muchedumbre, los olores y el griterío, y entonces, sólo entonces, descubrimos por primera vez el alma de Nicaragua. En el comedor del mercado desayunamos y comimos cada día, todo casero, descubrí el Vigorón, Puré de Yuca con Chicharrones fritos (sí, chicharrones como en Canarias) y el Baho, frituras de ternera, plátano y yuca. Nos perdimos entre los infinitos callejones rebuscando frutas extrañas y cholas de playa, ya que a Christine le robaron las suyas en el bus de camino a Granada, y acabamos refugiándonos de una tormenta junto a una viejita super linda que vendía tortillas (De las mejicanas, no de las nuestras). Me contó que cada día se levanta a las 5, hace unas 180 tortillas hasta las 12, que acaba “aburrrridita”, descansa dos horas y a las 2 se va al mercado hasta que las vende todas a un córdoba (180 córdobas al día son unos 9 dólares), así cada día de su vida, no descansa nunca, nunca ha salido de Granada, pero no pierde la sonrisa ni un minuto, envuelta en bolsas de plástico para protegerse de la lluvia, no se pierde ni una, mientras hablamos no deja de cantarle a todo el que pasa: “TORTILLIIIIIITAS!!!”. En el puesto de al lado, cuando el queso ya estaba empapado por la lluvia, Jonathan cambió su grito habitual y empezó a gritar: “Corra señora, que tengo el queso llorón!!!”











Cerca de Granada, a media horita en bus, visitamos Catarina y San Juan de Oriente, preciosos pueblos, separados por una calle, sin apenas turistas, donde vivimos un día especial, de esos que no podré olvidar nunca. De camino al mirador del lago, nos atrajo la música, nos asomamos a una casita y allí estaba Celestino tocando la marimba que él mismo había construido, nos invitó a entrar y sentarnos, y mientras tocaba canciones Nicas nos contó que había vendido más de diez marimbas a Europa, pero no recordaba a dónde, da igual, lo importante era oírle tocar….





Las calles están llenas de niños, ellos juegan al fútbol y ellas a ser madres con sus hermanitos pequeños. Es triste pensar que es el preludio de una vida ultracatólica y machista, pero la alegría que desprenden te llega hasta lo más profundo. Hasta tres veces pasé por una esquina y allí estaban las mismas niñas, sentadas, hablando, jugando sin juguetes durante horas. No paramos de preguntarnos lo mismo: ¿Son los niños europeos así de felices?, Muchos pensamientos me vinieron a la cabeza, esa calma, esas sonrisas, esa felicidad sin motivo alguna, tenemos muchas cosas que aprender de ellos!





De casualidad pasamos por un taller de artesanía, allí fabrican la mayor parte de productos que se venden a los turistas en la zona. Eran un equipo de fútbol, el mejor de la comarca, ganaron un par de torneos y decidieron invertir el dinero de los premios en abrir un taller. Allí pasé un par de horas, Todos son fanáticos del Madrid o del Barça, y no paran de hacerse bromas y reírse todo el tiempo. Juan me contaba que su sueño era ir a vivir a España, yo le conté que en España la gente no trabaja como ellos, con esa tranquilidad, sin prisas ni horarios y riéndose todo el día, entonces me miró, arqueó una ceja y me dijo: “Ah no! Entonces me quedo aquí…!”





Los trayectos en bus entre pueblos son impresionantes, gente de pie, colgando de las puertas y sentadas una sobre otras. Pero todo el mundo vive tranquilo, nadie parece tener prisa, y hay una alegría especial en el ambiente, difícil de entender, pero fácil de contagiar. Por el camino, casas y casas, unas de bloques, otras de madera, otras de chapa, pero en todas hay niños jugando a cualquier juego improvisado y adultos sentados a la sombra viendo pasar los días. Este es el segundo país más pobre de América, pero eso no impide que su gente tenga mucho que dar!